Los crímenes de Emily (final)

Queridos lectores:

Nos acercamos a la recta final y como bien sabéis, toda historia tiene su fin. En el post de hoy os contamos el desenlace del crimen que nos habéis ayudado a escribir. Hemos disfrutado mucho creando este cuento y os agradecemos toda la participación que nos habéis dado.

Siempre podéis volver a leer la primera parte de Los crímenes de Emily y luego la segunda, o bien podéis leer el relato completo en este link:

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Como se dijo en el anterior post del cuento, esta historia se debe principalmente a vosotros, a Isabel Panadero y a Ángela Ortiz.

¡Esperamos que la disfrutéis!

Los crímenes de Emily

El agente que había irrumpido en la sala de interrogatorios con la noticia del vídeo fue quien consiguió contactar con José Manuel Muñoz. Al enterarse de lo ocurrido con Emily, se ofreció inmediatamente a ir a la comisaría para contarles todo lo que sabía. El agente había declarado que parecía un hombre abierto a hablar, tranquilo y agradable y que en una hora estaría aquí.

Y así fue. El señor Muñoz se presentó en la comisaría cuarenta minutos después de la llamada. Parecía preocupado y con necesidad de saber qué ocurría con detalles. El mismo policía que lo había contactado lo acomodó en otra sala de interrogatorios, donde le sirvió un café, a la espera de que la agente Sara y la detective Raquel hablaran con él.

—Muchas gracias por venir lo antes posible y por ofrecerse a hablar con nosotros sin necesidad de obligarle. Soy Sara y ella es Raquel, detective privado. Un placer —Sara le tiende la mano.

—Encantado, soy José Manuel Muñoz. En cuanto me he enterado de que se trataba de Emily he venido en cuanto he podido.

—¿Desde cuándo no la ve, señor Muñoz? —le pregunta Sara.

—Desde la semana pasada. Estuvo en mi casa durante varios días para terminar de escribir su última novela.

—¿Ha contactado con ella desde que la vio?

—Hablamos a diario a través de un chat privado al que se accede con contraseña, para que su marido no la descubra.

—¿Cuál fue el último mensaje que recibió de ella?

—Pues el último fue hace varios días… Sí, el último fue hace un par de días, cuando me contó que había terminado la novela y ya estaba impresa. Estaba preparándola para dársela a su editora.

—¿Sabes de qué iba la nueva novela? —ahora es Raquel quien pregunta. Hasta entonces había permanecido callada, mirando la reacción del sospechoso. Como había dicho el agente de policía, parecía un hombre tranquilo, muy agradable. Tiene un tono de voz tranquilizador y a simple vista parece que se preocupa por Emily.

—Lo cierto es que no tuve tiempo de leerla cuando dejé de tener noticias suyas. Me he enterado de que su marido ha muerto. ¿Cómo está ella?

—Señor Muñoz, el marido de Emily ha sido asesinado en su casa. Su mujer ha sido secuestrada y no sabemos dónde está. Por eso lo hemos llamado.

—¿Cómo dice? ¡Dios mío! ¿Y saben quién puede ser?

—Hemos interrogado a su hijo varias veces, pero no parece ser el asesino.

—¿Daniel? Ese chico solo sabe vivir la vida loca. No sabe hacer nada más, está desperdiciando su vida. Se pasa el día colocado o borracho, por lo que dudo que sea capaz de matar a nadie. Emily se desahogaba mucho conmigo porque no sabía qué hacer con él…

—¿Podrías hablarnos de esta novela? —Raquel saca el libro que antes había usado con Daniel y lo deposita en la mesa.

—Es la primera parte de una trilogía que Emily publicó hace muchos años. La editorial decidió no seguir publicándola porque no se vendieron muchos ejemplares.

—El despacho donde se encontró el cuerpo del marido de Emily estaba lleno de ejemplares de este mismo libro. Eso explica por qué había tantos —Raquel se dirige más bien a Sara al revelar esta información. Ambas se miran.

A continuación, la detective saca una serie de fotos. La primera era de la rosa blanca encontrada al lado del marido de Emily. La segunda era del manuscrito empapado de sangre. Una tercera cayó de la carpeta de donde las estaba sacando. Era de la mujer apuñalada en el estómago. Raquel se apresuró a guardar esta última foto, pero José Manuel se apresuró a cogerla.

—Esto es imposible…

—¿Qué ocurre? —pregunta Raquel, extrañada.

—Esta mujer es la editora de Emily, Isabel. También ella ha sido asesinada…

—¿Estás seguro de que es ella?

—Sí, segurísimo. Fue ella quien intentó defender que la trilogía siguiera adelante, pero sus superiores se lo prohibieron y dejaron de editarla. Quiso renunciar después de eso, pero Emily le pidió que no lo hiciera. Quería que siguiera siendo su editora al fin y al cabo.

—Esto explica muchas cosas, entre ellas la relación entre los asesinatos —Raquel se dirige a Sara. Ambas asienten.

—Por cierto, ¿habéis hablado con Gerardo Rivas? —pregunta José Manuel.

Sara y Raquel miran al hombre que tienen en frente con extrañeza. A continuación se miran la una a la otra de nuevo. Sara se encoge de hombros. Raquel continúa preguntando:

—¿Quién es ese hombre?

—Es uno de los admiradores de Emily. Se enfadó mucho cuando se enteró de que no habría más libros. Emily estuvo a punto de pedir una orden de alejamiento porque el tipo no dejaba de acosarla.

Sara le hace una señal a uno de los agentes y le encarga que busquen a ese tal Gerardo Rivas en la base de datos de la policía. Al parecer se trata de un hombre bastante conflictivo con antecedentes en varias ocasiones:

—Agredió a un policía en una manifestación, resultando el agente herido leve pero con quince puntos en la sien. También es el causante del destrozo en una tienda donde se vendían libros y discos de segunda mano. El dueño de la tienda casi sufre un infarto por culpa del señor Rivas. Aún hay más: lo multaron por mear en público en un parque infantil lleno de niños —un agente de policía enumera todos los delitos de Gerardo Rivas cuando de repente aparece otro agente con una nueva noticia…

—Jefa, hemos encontrado otro cadáver.

—¿Otro? —Sara se pone nerviosa. Mira a Raquel.

—Como en la novela. Un tercer cadáver… —Raquel susurra apenas, llevándose una mano a la cabeza.

—¿De quién se trata esta vez? —pregunta Sara.

—La víctima es un señor de unos cuarenta y cinco años que ha aparecido colgado del techo. Aparentemente parece un suicidio, pero hemos encontrado otra rosa blanca en el suelo, lo que nos ha hecho descartar esa opción.

—Buen trabajo agente. Vamos para allá.

Sara y Raquel despiden a José Manuel Muñoz. El hombre parece afectado por la noticia. Les pide que le avisen en cuanto sepan algo de Emily. Les ha dejado una tarjeta con su número de teléfono y dirección por si necesitaran algo más. Antes de irse les ha advertido:

—Tened cuidado con Gerardo. Está loco y le da igual si ustedes son de la policía. Espero que Emily se encuentre bien…

—No te preocupes, nosotras nos encargamos —le dice Sara, tranquilizadora.

El tercer asesinato se había realizado en la casa de la víctima como en los dos anteriores. A simple vista parecía un suicidio, si no fuera por el detalle de la rosa blanca en el suelo.

Tras inspeccionar todo el escenario, Raquel acompaña a la policía a la dirección que aparece asociada a Gerardo. La fachada del edificio parecía de película de terror. El lugar estaba desierto y la zona no parecía muy segura. Al llegar a la puerta del edificio, Sara le dice a Raquel que no tiene por qué entrar con ellos, que puede quedarse en el coche si quiere. Pero la detective decide entrar.

La dirección que habían encontrado indicaba que Gerardo vive en el bajo de un edificio que parece a punto de derrumbarse. Sara, Raquel y varios agentes se colocan alrededor de la puerta, alerta, y uno de ellos llama:

—¡Gerardo Rivas! ¡Policía! ¡Abra la puerta!

Dentro se oye un ruido. Sara se retira de la puerta, se dispone a darle una patada y la derriba con fuerza.

El resto de agentes salen corriendo en dirección a la sombra de un hombre que se ve al fondo del salón. Uno de ellos alcanza a Gerardo antes de que se dispusiera a saltar por la ventana. Raquel entra detrás de los agentes. Da una vuelta por la vivienda y se encuentra con una puerta cerrada con llave.

—Sara, aquí hay una puerta cerrada. Ayúdame a abrirla.

Ambas intentan derribarla de una patada, pero la puerta se les resiste. Vuelven a intentarlo empujando con todo el peso de sus dos cuerpos, pero parece no funcionar. Finalmente, deciden pegarle dos disparos a la cerradura, que cede finalmente y consiguen abrir la puerta de un empujón.

La habitación estaba totalmente a oscuras. Sara saca una linterna de su bolsillo y la enciende. Lo primero que ven es a Emily, tumbada en una cama totalmente desecha. Parece inconsciente y está muy pálida. Raquel se acerca corriendo a prestarle ayuda mientras Sara, alerta, mira el resto de la habitación.

Emily estaba muy débil, totalmente pálida. Raquel la ayuda a incorporarse. En la mesita de noche de al lado de la cama se encuentran las joyas robadas. Este detalle le parece extraño a Raquel, que se dirige a la escritora:

—Emily, soy Raquel, detective privado. Ya estás a salvo. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás herida?

La secuestrada no responde, se encuentra muy débil y desorientada. Raquel le pide a Sara que llame a una ambulancia. Mientras tanto, ve pasar por delante de la puerta a Gerardo Rivas esposado, que mira en su dirección con una expresión que le llama la atención a la detective. Parece tranquilo y preocupado por Emily. No parece alterado ni nervioso. «Qué extraño… si fuera el responsable de un crimen, un robo y un secuestro no estaría tan tranquilo… ¿Por qué están aquí las joyas? Algo no tiene sentido…», piensa Raquel.

Absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de que la ambulancia ya había llegado y estaban trasladando a Emily al hospital. La agente Sara la saca de sus pensamientos para llevarla en coche a donde desee, pues en el estado en que se encuentra la secuestrada no pueden hablar con ella.

A la mañana siguiente, Sara llama a Raquel para informarle de que Emily está despierta. Sin pensárselo dos veces, coge una chaqueta y se dirige al hospital directamente. Ella es la única que puede hablarle de la noche del secuestro, por lo que traza una serie de preguntas en su cabeza, intentando que sean lo más simple posible para la paciente, sin alterarla, pero que sea capaz de responderlas.

Sin darse cuenta, ya había llegado al hospital.

Emily se encontraba bastante desorientada. Raquel decide empezar por las presentaciones y su estado de salud. A la paciente le costaba responder a las preguntas que le hizo la detective, pero tenía que insistir, puede que aún estuviera en peligro.

—Emily, sé que es duro para ti y que aún estás muy confusa, pero necesito saber qué recuerdas del secuestro. ¿Cómo era la persona? ¿Te fijaste en qué llevaba puesto?

—Fue todo tan rápido… apenas tuve tiempo de reaccionar. Debía de ser un hombre fuerte, corpulento. Iba vestido de negro y llevaba un pasamontañas. Me dio la impresión de que lo tenía todo calculado porque no se lo pensó dos veces. No me dejó tiempo para reaccionar. Me dejó inconsciente en el acto, por lo que no pude ver más.

—Emily, ha habido tres víctimas de asesinato durante tu secuestro —Raquel intenta ser lo más sensible posible—. Una de ella es… tu marido… lo sentimos muchísimo —Emily mira a la detective asustada. La cara empieza a descomponérsele. Un sollozo escapa de entre sus labios—. La segunda víctima es tu editora —la escritora rompe a llorar desconsoladamente. Raquel se acerca a ella, le tiende un pañuelo e intenta consolarla—. Siento que esto sea tan duro, pero necesitamos que nos digas quién es la tercera víctima. Aún no hemos podido identificarla y tememos que el asesino continúe matando a gente… —esta última frase la pronuncia con cierta rabia contenida. Parece que Emily se ha dado cuenta de la frustración que siente Raquel, por lo que intenta relajarse.

—¿Cómo es la víctima?

Raquel saca una foto tomada en la escena del crimen.

—Esto puede herir tu sensibilidad… —le tiende la foto a Emily, que la coge entre sus dedos, temblando.

—Oh… no puede ser… —otro sollozo escapa de sus labios. Emily suelta la foto sobre la cama, vuelve a coger el pañuelo que la detective le había ofrecido hace un momento. Permanece unos minutos con la cara tapada por las manos, hasta que consigue volver a hablar—. Es el director editorial que llevaba la publicación de mi trilogía. Pero se suspendió porque no se vendieron los suficientes ejemplares… Él luchó para que mis novelas salieran a la luz.

Raquel se cruza de brazos y suspira. No le cabía duda de que las víctimas tenían algo que ver entre sí; pero le desconcertaba que Gerardo hubiera conseguido tanta información y hubiera tenido la fuerza y la habilidad de planear un crimen semejante. La descripción que le había dado Emily de su secuestrador confirmaba sus sospechas: Gerardo no pudo cometer esos crímenes. Es demasiado delgado y nada corpulento en comparación con la persona que la secuestró. Tampoco parece lo suficientemente estable como para llevar a cabo tantos crímenes cuidando hasta el último detalle. El problema es que no tenía a otro sospechoso en mente que encajara con esa descripción. De lo que sí estaba segura era de que Gerardo no era el asesino. Pudo haber robado las joyas, pero no era capaz de matar a nadie.

Necesita hablar con Sara, tiene que saber que ha cogido al hombre equivocado. Pero Raquel también sabe que hacen falta pruebas sólidas que demuestren sus sospechas y para eso necesita averiguar quién lo hizo. Tendrá que hacer una parada antes de ir a comisaría. 

Antes de salir del hospital, la detective se despide de Emily. Le asegura que encontrará al culpable y la tranquiliza diciéndole que estará vigilada en todo momento por si el asesino decide presentarse de nuevo.

Raquel sale apresurada del edificio y se dirige al escenario del primer crimen con determinación. Ahí, en casa de Emily y su marido, fue donde comenzó todo y su instinto le dice que es el mejor lugar para empezar.

Una vez en el piso, decide repasar el caso desde el principio, mirarlo desde otro punto de vista. Raquel vuelve a deambular por la casa. Primero el salón, por donde entró la otra vez. Luego la habitación donde la escritora hablaba por teléfono. Mientras se dirigía al pasillo que lleva al despacho del marido, su mente seguía planteándose preguntas: «A simple vista, todas las pruebas apuntan a Gerardo y a su obsesión con la novela de Emily. Pero, ¿y si no fuese más que una distracción de otra persona? ¿Y si…?». El sonido de una puerta abriéndose la saca de sus cavilaciones.

—¿Sara? —Raquel retrocede. Decide acercarse con cuidado a la entrada, en dirección al sonido—. ¿Eres tú?

—No, no. Soy yo —una voz masculina se dirige a ella con tono sarcástico.

Raquel reconoce la voz. Es José Manuel Muñoz, el amante, y entonces algo en su cabeza hace clic y todas las piezas empiezan a encajar. «Fue él, pues claro, ¿cómo no lo he visto venir antes?», se dice mentalmente.

—¿Qué está haciendo aquí, señor? —pregunta Raquel con cuidado.

—Nada, nada. Solo la he visto pasar y pensé que podría necesitar algo.

Raquel mira a José Manuel de arriba abajo. Es fuerte, corpulento. Como describió Emily a su secuestrador. Las palabras que le estaba dirigiendo sonaban amables, al igual que el día en que lo interrogaron. Sin embargo, sus ojos esconden esta vez un brillo muy siniestro. «Lo sabe», piensa Raquel. «Sabe que le he descubierto».

Sin pensárselo dos veces, Raquel se lleva la mano al bolsillo y saca la pistola. Antes de poder hacer nada, José Manuel se lanza sobre la detective y la tumba en el suelo. La caída la deja un poco desorientada. Aun así, reúne todas sus fuerzas para intentar levantarse, pero José Manuel es más rápido: situado sobre ella, la inmoviliza con las piernas y una de las manos, mientras que en la otra sostiene un puñal amenazando con hundirlo en su cuello.

Raquel entra en pánico e intenta revolverse. Consigue evitar que el puñal se le clave en el cuerpo un par de veces, pero, a la tercera, nota cómo se hunde en su brazo derecho. Hace una mueca de dolor, pero intenta no pensar en ello y lucha por levantarse.

Un estruendo se escucha cerca de donde se encuentran. A continuación, muchas voces invaden la estancia y todo se vuelve confuso alrededor de Raquel. Ve cómo varias manos agarran a José Manuel y lo tumban contra el suelo. La detective tarda unos segundos en entender lo que está pasando. Sara se acerca con cara de preocupación. En cuanto la ve, sabe que todo va a salir bien. Su mente se desvanece y deja de ver, oír y sentir.

Al recobrar el conocimiento, Raquel se encontraba en la parte de afuera de la casa de Emily, tumbada en una camilla, con el brazo vendado y Sara rellenando unos papeles. Siente un fuerte dolor en el brazo, pero sabe que todo ha terminado.

Sara le confiesa que ella tampoco estaba muy convencida de que Gerardo fuera el asesino, por eso decidió ir al piso donde encontraron a Emily. Allí descubrió que había una cámara de seguridad a la entrada del edificio que apuntaba hacia el portal. Consiguió las grabaciones y vio todo lo que había ocurrido: una figura irreconocible arrastrando a Emily y luego a José Manuel saliendo de allí.

—Tenemos pruebas suficientes para acusar a José Manuel. Ya no tienes de qué preocuparte.

—Genial —dice Raquel—. Oye, deberíamos trabajar más juntas. Somos buenas.

Sara sonríe.

—Claro, o también podríamos quedar para algo que no fuese el trabajo. Como una cena o algo.

Raquel no sabe qué decir por un momento. Luego mira a Sara y sonríe.

—Sí, eso me gustaría mucho.

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