Laura Méndez de Cuenca (Ayapango, 1853 — Ciudad de México, 1928) fue una escritora, periodista y pedagoga mexicana. Una de las pocas mujeres de su época que logró vivir y mantener a su familia con el fruto de su trabajo.

Se formó como escritora y profesora en la Escuela de Artes y Oficios de Ciudad de México. Ya en esos años el poeta Manuel Acuña le dedicó un poema que destacaba su carácter fuerte y alejado de los convencionalismos sociales.
Laura cultivó la poesía, la novela, la crónica periodística y el cuento, y sin ser consciente llegó a convertirse en pionera del relato criminal. Su labor literaria se produjo en medios mexicanos, como El Imparcial o El Mundo.
Pero no fue solo una gran escritora, en 1891, viuda ya de su marido Agustín Fidencio Cuenca Coba y a cargo de dos hijos enfermos, decide mudarse a San Francisco (California, EE.UU.) donde imparte clases de español y funda una revista sobre comercio: Revista Hispano-Americana.

De vuelta en México es designada por el gobierno de Porfirio Díaz, que Laura había apoyado públicamente, para estudiar los modelos educativos en EE. UU., Alemania o Francia e importarlos a México. Su trabajo como diplomática no le impidió seguir enviando cuentos y crónicas a los medios con los que colaboraba.
Con el estallido de la Revolución Mexicana, Laura es relegada a un puesto alto, inspectora educativa, pero en una zona alejada y de difícil acceso. En 1925 se le concede una jubilación ridícula, y morirá en 1928 de las complicaciones derivadas de la diabetes que padecía.
Mujer de fuerte carácter, luchó por mejorar la educación de todos y en especial de las niñas en México, y no dudó en enfrentarse para ello al poder establecido. Tampoco se dejó arrastrar por las convenciones sociales, y fue siempre una mujer independiente y anticlerical, que no dudó en casarse por lo civil. Finalmente, si algo marcó su vida fueron sus tragedias familiares: tuvo un hijo con Manuel Acuña que murió con tres meses, solo dos de sus siete hijos con Agustín Cuenca llegaron a la edad adulta: Horacio y Alicia, ambos enfermizos. Alicia pasó gran parte de su vida internada en instituciones mentales hasta su muerte en 1937 y Horacio murió de tifus en 1902.