Los poemas de Laura

La vertiente poética de la obra de Laura Méndez de Cuenca es, posiblemente por su calidad, la más conocida por los lectores. De la década de los años ochenta del siglo XIX proceden los poemas más intimistas y trascendentales, es la época en la que la autora escribe poemas como Adiós, Nieblas o Sombras en los que, a través del desengaño y la pérdida de fe, se ahonda en el misterio de la condición humana. El tono romántico —que evoca paisajes lúgubres—, y el sentimiento —plenamente barroco— de duda y vacío se conjugan en la lírica procedente de un momento de la vida de la autora marcado por la muerte, el dolor y el luto. Así, en Nieblas, se insiste en el tempus fugit —sin aconsejar una vida rápida y provechosa antes de la vejez y desechando la tradición del carpe diem—abocado hacia la tragedia irremediable; vivir es sinónimo de perder la esperanza, de mantenerse firme para aceptar una y otra vez la derrota:

[…]

Que nada es la razón si a nuestro lado
surge con insistencia incontrastable
la tentadora imagen del pecado.

Nada es la voluntad inquebrantable,
pues se aprisiona la grandeza humana
entre carne corrupta y deleznable.

Por imposible perfección se afana
el hombre iluso; y de bregar cansado,
al borde del abismo se amilana.

Deja su fe en las ruinas del pasado,
y por la duda el corazón herido,
busca la puerta del sepulcro ansiado.

Mas antes de caer en el olvido
va apurando la hiel de un dolor nuevo
sin probar un placer desconocido.

[…]

¿Y esto es vivir?... En el revuelto oleaje
del mundo, yo no sé ni en lo que creo.
Ven, ¡oh, dolor! Mi espíritu salvaje
te espera, como al buitre Prometeo.

En Adiós, lo que predomina es el componente funesto —su pareja, el poeta Manuel Acuña, se ha suicidado y ha perdido también a su primer hijo, a quien no pudo sacar adelante por vivir en la pobreza—; en este poema la autora contrapone la felicidad del ayer con la desgracia del presente:

Soñaba que en tus brazos de dicha estremecida,
mis labios recogían tus lágrimas de amor;
de nardos y violetas regando mi camino
y abriendo a mi existencia la luz del porvenir.

Soñaba que, en tus brazos, de dicha estremecida,
mis labios recogían tus lágrimas de amor;
que tuya era mi alma, que tuya era mi vida,
dulcísimo imposible tu eterna despedida,
quimérico fantasma la sombra del dolor.

[…]

Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas.
Está ya hecha pedazos la copa del placer.
En pos de la ventura buscaron tus miradas
del libro de mi vida las hojas ignoradas
y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.

La noche de la duda se extiende en lontananza;
La losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos.
Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;
que adores en la muerte la dicha que se alcanza,
en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.

Quizás por este desengaño vital, y sin poder escapar de ese contraste entre la dicha pasada y el dolor presente, la poesía de Laura Méndez de Cuenca desemboca en una pérdida de fe absoluta en poemas como Sombras que roza en el ateísmo, mostrando una vez más el carácter de esta autora, a quien poco le importaba lo chocantes que pudieran resultar sus palabras en aquellos tiempos:

[…]

Cuando niña, vi pájaros y flores
En el cielo; en el mundo, poderío;
Hoy, abajo, tristezas y dolores,
Arriba ¡cuánta sombra y qué vacío!

[…]

Hacia el final de la década de los ochenta, con la adopción de nuevos recursos estilísticos, la combinación del clasicismo y el romanticismo y la influencia de nuevos escenarios, la poesía de Laura Méndez de Cuenca comienza a transformarse.

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