Un par de entre otros tantos cuentos…

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A estas alturas de la película, ya hemos descubierto mucho sobre Laura Méndez de Cuenca y su entorno con las entradas previas. Ya solo quedan unas semanas para que podáis disfrutar de una selección de su narrativa, porque tenéis que tener claro que Cuentos criminales tan solo será una pequeña muestra de su producción. Si algo hemos aprendido es el valor de la minuciosidad para articular una antología, así que hoy os hablaré sobre un par de los cuentos que dejamos en el tintero.

Entre su producción, elegir nueve cuentos para una antología criminal parecía relativamente fácil. Sin embargo, la cotidianidad de los temas recurrentes de la autora hacía difícil descartar ciertos cuentos. Es muy complicado cuando la materia prima de sus crímenes se sustenta sobre la exposición de la crueldad humana, mas que en un modo narrativo específico para desarrollar la trama (con todos los personajes tipo y clichés que van de la mano). La violencia dentro de la familia, el castigo sistemático hacia los pobres y el poder de la iglesia son el eje motor de sus escritos. Un ejemplo es el arranque tan marcado que emplea en «La deseada», uno de esos cuentos que tuvimos que dejar atrás:

Cerca de ocho años estuvo la cuna del angelito que voló al limbo, desierta y tristemente abandonada, en espera de algún otro chiquillo para alegría del hogar. El padre gruñía enfurruñado por no tener chicuelos, mientras la apacible tinta de la melancolía bañaba la faz delicada de la solitaria madre.

¡Pobre Josefina! Cuántas angustias devoradas a solas habrían sido menos amargas si el hijo malogrado, compadecido de ella, hubiera preferido el seno oscuro donde van a dar los niños que mueren sin bautismo, al tibio regazo maternal.

—Tú tuviste la culpa —decía el hosco marido—. Si no fueras rebelde, si no quisieras salirte siempre con la tuya, tendríamos hoy un chico que ya supiera leer y escribir, hasta me ayudaría en el despacho de la tienda. Pero, diste en la manía de no tomar alimento y mataste a nuestro hijo, ¡vaya, como si se pudiera vivir sin comer!

Josefina, sin responder esta boca es mía, bajaba la cabeza lánguidamente. ¡Culpable, culpable del delito de matar a un hijo, ella, que por verlo vivo media hora, habría dado gustosa la existencia!

En otros casos el descarte fue más sencillo, como con «Un espanto de verdad». Otro de los rasgos de la antología es la universalidad de los textos, por lo que cuentos como este no terminaron de encajar. Además de por un cierto nivel de localidad tenía un regusto naíf que nos alejaba de él; aunque bien podía haber sido un repunte diferente en el conjunto, un cuento donde se narran historias de miedo, con fantasma incluido. Aunque su denuncia siga palpable, tenía cierto regusto (o quizá una falta de ese carácter tan propio que ella tiene) que nos sacaba del marco criminal.

—Miren ustedes, mialmas; si los muertos vuelven del otro mundo o no, yo no sabría decirlo; pero en cuanto a levantarse, cuando están de cuerpo presente… ¡Vaya si se levantan!

—¿Los ha visto usted, don Antonio?

—Con estos ojos que me ha de comer la tierra.

—A ver, cuente usted — suplicaron todos a una.

Don Antonio descruzó la rodilla. Acomodose bien en la butaca, y colocó la guitarra sobre un mueble cercano. Hizo una gesticulación que parecía querer juntar todos sus recuerdos, y habló de esta manera:

—Yo nunca he salido de California. Aquí, en estas vastas soledades no se conoció nunca el miedo, mientras no nos lo trajeron de todas partes del mundo los buscadores de oro.

Y las formó apoyando los índices sobre los pulgares.

Con estos dos ejemplos, además de «Estaba escrito», podrás hacerte una idea tanto de su narrativa como de la dificultad de elegir qué entra y qué no dentro de una antología.

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